Miss Shangay Lily. Machistófeles
(otra novela posmoderna y pop). Punto de lectura. 2002.
Por Marcelo Soto
AGRADA
VER CÓMO ESA IRÓNICA POSMODERNIDAD DEL SUBTÍTULO PASA
POR LA PICARESCA, POR DICKENS, Y POR LA NOVELA DEL SIGLO
XIX, PORQUE MACHISTÓFELES ES UNA ESPELENDOROSA Y
DIVERTIDA NOVELA DE INICIACIÓN. DE LA MISMA FORMA QUE
CHARLES DICKENS ACOMPAÑABA AL JOVEN DAVID COPPERFIELD
EN SU ENFRENTAMIENTO A LOS AVATARES DEL CAPITALISMO,
SHANGAY LILY ACOMPAÑA A SU PROTAGONISTA, LA JOVEN ELENA
GÓMEZ DE URQUJO "TAMBIÉN DESTERRADA DE SU CASA,
TAMBIÉN SOBREVIVIENDO", EN SU GUERRA CONTRA LA
OTRA GRAN DICTADURA DEL SIGLO PASADO: LA DEL GÉNERO.
La protagonista,
que huye de la homofobia de sus padres y busca
refugio en una sucesión de amos (en su intolerante y
adinerado tío gay, en el amor de un armarizado camarero,
en los brazos de una tiernísima dealer negra,
o en las enseñanzas de una feminista profesora bengalí...),
deviene una lazarillo posmoderna y pop que vive una
educación sentimental donde aprenderá a huir de las
férreas disposiciones de género. La dictadura de género
es el mal, generado por el auténtico diablo que es el
machismo: Machistófeles. Vender la propia alma
es aceptar la tiranía de esa construcción cultural,
ese falso dualismo hombre/mujer. La novela se abre con
un deseo: "No más pensamiento dualista" y
se cierra con una hermosa definición de Degenerado:
"sin género, persona que no admite las estrategias
de identidad de género falocentristas". así, la
Gómez de Urquijo aprenderá entre otras cosas a exagerar
y llevar al absurdo los mismos rasgos femeninos que
antes la oprimían para acabar ganando esa batalla contra
el fascismo genérico, ridiculizándolo, desmontándolo.
Las disgresiones de la historia están dentro de esa
línea: Shangay Lily nos va a hablar de la paranoia de
estado, de la psiquiatría asesina, de los electroshocks
y las lobotomías a los disidentes sexuales, de la situación
de la mujer bengalí, del feminismo de Judy Chicago y
Jane Usher, del programa de manipulación mental MKULTRA
de la CIA, centrado sobre todo en amas de casa norteamericanas
a las que se llegaba a convertir en perfectos vegetales...
Pero esas digresiones no son meras referencias superficiales
y no distraen la historia de la Gómez de Urquijo, más
bien al contrario, la centran, la expanden, la comentan.
"Cuando tu feminidad sea a cadena perpetua, al
menos contemporiza con las otras presas", dice.
Shangay Lily
ha escrito no solo una apreciable y entretenida obra
sino una de las primeras novelas queer
en
castellano. Bajo lo deivertido de la lectura
y lo vistoso de sus turbantes, nos encontramos con una
lúcida radicalidad política, con una formación intelectual
que parte de Deleuze, Foucault o Derrida
y que llega hasta Judith Butler, la Segdwick
o nuestra Beatriz Preciado. Y
sobre todo nos encontramos con un eficiente oficio de
escritor. Primero porque
acierta al escoger y al desarrollar la estructura narrativa
de la novela, muy difícil de levantar y que exige un
dominio férreo de la historia: cada pocos capítulos
cambian el entorno y los secundarios, al modo de esos
cambios de amo de la picaresca, y además se opta muchas
veces por el cuento de cuentos cervantinos, una historia
dentro de otra historia dentro de otra historia, como
el mismo episodio de Machistófeles.
Y el oficio se nota también en el tipo de narrador
escogido. Shangay cae, como debe ser, en la tentación
del narrador trans y el cuerpo central de la novela
está narrado en una primera persona femenina e irónicamente
decimonónica "un poco como el Henry James
de Otra vuelta de tuerca, sólo que menos mórbido
y más fuera del armario". Pero antes y después,
en los primeros y últimos capítulos, Shangay nos lleva
por un narrador roto, experimental, ciborg, metalingüístico,
frívolo, o hasta nos pasea por fragmentos muy hábiles
de corriente de conciencia (esas estupendas cartas inconexas
de la madre, artificialmente enloquecida por los psiquiatras
del Opus Dei). El estilo, que toma mucho del tono fluido
y confesional de los maestros del siglo XIX, está ajustado
a la acción y permite que todos esos excesos que una
Shangay Lily debe permitirse se incorporen con facilidad.
Trama y narrador, recursos y discursos están al servicio
del tema, que es lo que importa aquí, y con una importancia
tal vez demasiado exagerada, como en toda buena novela
de tesis. Género que por otro lado carece casi siempre
del sentido lúdico de esta degenerada y estimable Machistófeles.